Migrar no es fácil
Migrar transforma profundamente la historia personal. Dejar tu país no es solo pasar la aduana del aeropuerto, es decirle adiós a la cultura, la familia, los amigos, el paisaje, el clima, la comida, las costumbres, la lengua materna y, a veces, hasta la profesión.
Migrar significa irnos a un nuevo país con una sociedad que se comporta de una manera diferente a la nuestra y que tiene sus propios códigos que debemos aprender a descifrar, a respetar y a integrar si queremos sobrevivir. Dependiendo del país, esa cultura puede llegar a ser opuesta a la que estábamos acostumbrados.
Ese choque cultural permea toda la vida del migrante y, digo toda, porque cualquier cosa que uno haga va a estar atravesada por esa variable. Desde buscar trabajo, relacionarse con los vecinos, conseguir pareja, hacer amigos y hacer tramites con el gobierno, hasta las cosas más simples de la vida cotidiana como abrir una cuenta en el banco, arrendar apartamento, comprar carro, pedir un préstamo …
Todo va a ser diferente por el hecho de ser migrante. Si ya con papeles la cosa es un desafío, no les cuento el drama de los que están en situación irregular.
Y es que acostumbrarse a ser “el otro”, a “ser el extranjero” es duro. No volver a jugar de local, puede ser frustrante porque uno se siente en desventaja. Las personas migran ilusionadas con la promesa de un futuro mejor, pero al llegar al nuevo destino se dan cuenta de que la realidad es más compleja.
Los migrantes estamos en un constante forcejeo entre la persona que fuimos en nuestro país de origen, la persona que somos ahora y la persona que queremos ser – si definitivamente nos vamos a quedar a vivir en el exterior.
Esta variable de ser migrante, también se va a manifestar en nuestro rol de padres:
– Porque vamos a ser mamás primerizas en el extranjero, lejos de nuestra familia y de nuestra red de apoyo.
– Porque vamos a educar a nuestros hijos en una cultura diferente a la cultura en la que nosotros crecimos.
– Porque nos va a tocar criar en un lugar donde, quizás, las pautas de crianza son diferentes. Donde, quizás, nos miren feo por dar teta en público o por querer dejar al bebe donde una ninera.
– Porque nuestra pareja es extranjera y tuvo una crianza distinta a la nuestra y no logramos ponernos de acuerdo en la forma en la que vamos a educar a nuestros hijos.
– Porque vamos a tener que criar a nuestros hijos en un idioma que no es nuestra lengua materna y eso nos cuesta trabajo porque no lo dominamos.
– Porque, aunque sepamos la lengua dominante, igual queremos que nuestros hijos sean bilingües y eso supone añadir más esfuerzo, más carga emocional y más trabajo a nuestra vida cotidiana.
– Porque, según el país en el que estemos viviendo, el bilingüismo puede ser mal visto en el sistema escolar y nos acusen de estar retrasando el aprendizaje de nuestros hijos.
– Porque -nos guste o no- nuestros hijos van a heredar hasta cierto punto la “etiqueta” de migrante ya sea por su nombre, su apellido, su color de la piel o su forma de hablar. Es probable que, en algún momento, alguna persona lo cuestione sobre su origen y sus raíces dando a entender que él/ella pertenece a una comunidad que no es la mayoritaria.
Migrar no es fácil.
Siempre estamos aprendiendo y corrigiendo sobre la marcha para tratar de ser los mejores padres y madres para nuestros hijos multiculturales.
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